Algún tiempo ya ha pasado desde que el jovencito Orlando Rafael Serrano Barrera quedase prendado del mundo de las ciencias. De su natal Antilla, en la provincia de Holguín, hasta la indómita Santiago de Cuba, el mozo lector cargó con una curiosidad algo inocente y el deseo de aprender. En el instituto vocacional Floro Pérez encontró respuestas y un camino.
«Una contribución importante a mi formación profesional la debo a esa institución», refiere mientras recuerda sus días de concursante de Biología y el anhelo de estudiar Radiobiología, porque le apasionaba también la Física y buscaba la confluencia de ambos campos.
Y aunque definitivamente egresó del Bachillerato en su natal Holguín, fue en la Ciudad Héroe, donde luego se haría médico y cuajó su vocación de servicio, imprescindible resorte para un profesional de las Ciencias Médicas.
Cursó la carrera en los años del Período Especial, época de “mucho afán de estudio, solidaridad y espíritu de sacrificio”, en los que se templó no solo el intelecto, sino el carácter de la mano de profesores fundadores de la Medicina en ese territorio, mujeres y hombres “tan excelentes como exigentes”. Y no hubo para esa generación crisis que pusiera freno a los sueños abrigados por tantas familias y jóvenes con ímpetu de superación.
Inició la especialidad en Inmunología cuando parecía que la experiencia del socialismo antillano tocaría fondo, pero tan porfiada fue la resistencia colectiva como la del joven doctor. Todo lo demás ha sido un tránsito tan fructífero como breve para quien siente el gozo de estudiar y aportar; para quien sabe que “la grandeza del ser humano está precisamente en querer mejorar lo que es”. De ese período guarda la convicción de que lo “urgente e inmediato no puede impedir que nuestra mirada se dirija hacia adelante”.
“Fueron los años de creación y consolidación de la mayor parte de los centros de la Industria Biotecnológica en el país, y justo esa red de instituciones nos salvó durante la pandemia. Viví esa genésis en los años de la carrera con la instauración del Laboratorio de Anticuerpos y Biomodelos Experimentales (Labex), en Santiago, inaugurado en julio de 1993, por Fidel. Resultó algo inolvidable participar, como alumno, de una idea alentada por él y concretada por compañeros muy valiosos con quienes compartí.
“Posteriormente, en La Habana, mientras cursaba la especialidad, tuve también la oportunidad de ver cuántos proyectos se gestaban. La obra de esos años demuestra que, independientemente de lo adversa que sea la circunstancia, hay que insistir en que lo estratégico prevalezca”.
De esa visión es heredero, por tal razón afirma que, contra toda dificultad, “tenemos que seguir pensando que hay un futuro” y que se puede “por Cuba, desde Cuba”.
“Suerte inconmensurable”, afirma, ha sido ejercer la docencia durante dos décadas. “La Pedagogía es otra de las oportunidades, impartir clases obliga a estudiar y a superarse en todos los sentidos. Hay que adquirir herramientas del oficio, de la Psicología y, por otra parte, te ofrece la posibilidad de aportar a la formación de otros, de compartir lo aprendido, pues esta es la única forma de que el conocimiento se concrete”.
Esa “bendición-posibilidad-urgencia” lo guio en sus estudios de doctorado en Ciencias de la Educación y lo hace también en su brega en las plataformas digitales, a través de un sitio web y de un blog en el que trata temas referidos a la Medicina Genómica. “Fue el objetivo de este ejercicio académico, aportar una concepción para incluir en la formación de los estudiantes de Medicina los contenidos derivados del Proyecto Genoma Humano y de la Medicina Personalizada o de Precisión, cuyo modelo es conciliable con el de la Medicina Familiar o Comunitaria, implementado en Cuba.
“No podemos esperar a disponer de las tecnologías ómicas (permiten medir de un modo simultáneo miles de pequeñas moléculas que gobiernan el funcionamiento de nuestro organismo) para empezar a preparar a los trabajadores del Sistema de Salud en sus principios, aplicaciones y beneficios en la práctica clínica, la docencia médica y las investigaciones. Por otra parte, confieso que en este proceso disfruté acercarme al mundo de la Didáctica, con excelentes exponentes en Las Tunas y de quienes aprendí muchísimo, y de quienes, sobre todo, disfruté aprender”, refiere el hombre que lleva en el corazón las doctrinas del Maestro y nos regala su visión del más universal de los hijos de esta Isla.
“No hay manera de ser cubano y no sentir la omnipresencia de Martí. Como personalidad es inabarcable y un modelo humano de dedicación a su Patria. Martí me dice cómo debo ser al atender a un paciente, es un referente y una fuente para nutrirnos, superarnos y ennoblecernos. Debemos leerlo, buscarlo, ir a su encuentro”, reflexiona en un hilo de ideas que nos conducen a sus publicaciones en redes sociales.
Sí, porque este apasionado de la historia y en especial del devenir de la Inmunología en nuestra nación defiende con lucidez el valor de las tecnologías de la información y las comunicaciones: “Considero que tenemos en nuestras manos un medio para que demos un salto, casi hasta el infinito, como humanidad. Es ilimitado lo que podemos lograr con un uso adecuado, pertinente, provechoso y positivo de estas.
“Constituye una herramienta que nos puede y nos debería unir en el objetivo común de ser humanidad, compartir el conocimiento y cultivar el espíritu. Por eso siempre sostengo la etiqueta: #HagamosDe FacebookUnLugarMejor, en el que encontremos disfrute, crecimiento, paz, regocijo y esparcimiento. Deberíamos dar más en ese sentido y pensar si lo que publicamos aporta a otras personas en términos de mejoría, de lo contrario, aconsejo optar por el silencio digital”.
Pocas veces la jornada de trabajo tiene solo ocho horas, lee, indaga, escribe y publica; “lo que quisiera es tener mucho tiempo”, afirma al compartir sus desvelos por escribir acerca de los 220 años del nacimiento de la Inmunología en Las Tunas y en el país, además de hacer pública la trayectoria de Sergio Arce Bustabad, iniciador de la Inmunología de trasplante en suelo cubano, “un hombre de muchas primeras veces”, como él mismo precisa.
En esas noches de insomnio creador, en los días de vorágine intensa y en los amaneceres de reiniciar la cabalgata, le acompaña la familia, que, en primera instancia, comprende, apoya, estimula y celebra. Hace ya algún tiempo, diríamos que más breve que extenso para quien está siempre impelido por hacer, escogió la Medicina como suprema altivez del alma.
“Los médicos hemos elegido servir, en un camino que implica superación continua y entrega a cada instante. Se convierte en una actitud, una manera de ser y de vivir, porque uno siempre está pensando en cómo ayudar al otro, en cómo hacer que su vida sea mejor. No todo es con un tratamiento; a veces con una buena palabra o consejo o con simplemente escuchar, se alivia.
“Mi evolución ha sido hacia esa vocación de ser útil para los otros y ese camino genera una ganancia secundaria, pues te mantiene con la sensibilidad humana todo el tiempo despierta. Como médicos nos tocan momentos muy duros, de lidiar con el dolor ajeno e, incluso, con la imposibilidad de salvar. Y que nadie piense que somos inmunes al sufrimiento o las dificultades de los demás; al final del día nos acompaña el pensamiento de que junto a la dureza de la jornada, va el sentido de cómo mañana lo puedo hacer mejor y así ayudar a otra persona o a una familia.
“La Medicina es una profesión y una ciencia de mucho amor y bondad, por encima de todas las cosas”.