El 5 de enero de 1728 se fundó la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana, el primer centro de educación superior de Cuba, que ahora cumple 295 años con el nombre reconocido por todos: Universidad de La Habana, centro con una historia y una presencia en el imaginario del cubano incuestionables.
Aquella “Real y Pontificia” nacía en el contexto del dominio colonial español y, por tanto, dentro de los cánones propios del sistema. Su sede era el espacio que ocupaba el convento de San Juan de Letrán y se creaba bajo la regencia de los padres dominicos, lo que explica el nombre de la institución.
Esta condición se mantuvo hasta la secularización, en 1842, cuando debió variar su denominación por Real y Literaria Universidad de La Habana, aunque mantenía la misma sede, de la cual se trasladó en 1902 a la Colina de Aróstegui, para ocupar lo que había sido la Pirotecnia Militar española y asumir el nombre de Universidad de La Habana.
A partir de entonces comenzaría, con diferentes ritmos de ejecución, la construcción de los edificios propios, de los cuales el primero fue el Aula Magna, inaugurada en 1911 y que exhibe en su interior frescos del pintor Armando Menocal, guarda las cenizas de Félix Varela y más recientemente la mascarilla mortuoria de Julio Antonio Mella, como parte de un patrimonio de gran simbolismo.
La Universidad, desde la perspectiva constructiva, fue creciendo con presencia neoclásica, presidida por la escultura del Alma Mater (1919-1920), el edificio del Rectorado (1921) y la monumental escalinata (1927) con sus 88 escalones y cuatro tramos de descanso que constituyen la imagen icónica de la universidad habanera. El desarrollo de los acontecimientos llevó a que esa imagen se convirtiera en símbolo de lucha del pueblo cubano, no solo por una Universidad científica, a tono con el desarrollo de la ciencia y la pedagogía, sino por una sociedad más justa y con plena soberanía.
Esta Universidad que cumple 295 años ha transitado por diferentes etapas en su vida interna y en su inserción en la sociedad. En su origen, tenía cinco facultades: Teología, Cánones, Leyes o Derecho Civil, Medicina y Artes o Filosofía y como grados se podía obtener el de Bachiller, Licenciado, Doctor y Maestro de Artes.
El cambio más importante se produjo con la secularización, cuando las facultades fueron Jurisprudencia, Medicina, Farmacia y Filosofía con los grados de Bachiller, Licenciado y Doctor; esta estructura varió en 1863 con las facultades de Jurisprudencia, Medicina, Farmacia, Filosofía y Letras y Ciencias Naturales, que significaba la inclusión de una nueva carrera.
No obstante, el cambio más significativo se produjo durante la ocupación militar de los Estados Unidos (1899-1902) con el conocido Plan Varona –por Enrique José Varona, que lo preparó– pues introdujo carreras “modernas”, como la ingeniería y cambió la estructura por facultades y escuelas, donde estaban las facultades de Letras y Ciencias, Medicina y Farmacia, y Derecho, que en 1929 pasó a ser Facultad de Derecho y Ciencias Sociales.
La estructura de la Universidad tendría algunas modificaciones durante el período de la República burguesa; sin embargo, la transformación fundamental se produjo con el triunfo de la Revolución en 1959 y, en especial, con la reforma universitaria de 1962. Este cambio sustancial respondía a una vieja aspiración de algunos sectores y grupos universitarios de avanzada.
La Universidad de La Habana, en sus distintas etapas, estuvo insertada en la historia de la nación cubana, en especial cuando esa nación se fue formando y consolidando, de modo que en su interior se manifestaron aspiraciones por poner el centro al nivel del desarrollo científico de su época y también fue espacio de expresión de las luchas por la independencia y por una sociedad con mayores grados de justicia social, en lo cual hubo momentos muy significativos.
En la Universidad de la época colonial hay nombres muy emblemáticos, como los de Tomás Romay o José Agustín Caballero, pero ya en el tiempo de las luchas independentistas, nombres de egresados como los de Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte se convertirían en grandes símbolos nacionales. Ya en los años cincuenta del siglo XIX, se habían producido expresiones de rebeldía ante la metrópoli y, cuando se inició la Revolución de 1868, hubo una significativa incorporación de universitarios a la contienda. No fue casual que se decidiera por las autoridades españolas modificar el plan de estudios bajo el criterio de que había que “españolizar” la Universidad, pues era un foco de “laborantismo” y destacaban la ausencia notable de estudiantes y profesores que, consideraban, se habían unido a los insurrectos.
En el siglo XX, ya en la Colina, la Universidad de La Habana pasó por el gran movimiento de la reforma universitaria que, hacia 1923, tuvo su mayor esplendor con un líder como Julio Antonio Mella, quien comprendió que más que una reforma había que realizar cambios esenciales en la Universidad, para lo cual era necesaria una revolución social. El proceso revolucionario de los años treinta tendría, a su vez, en la Colina uno de sus baluartes.
La composición clasista del estudiantado era compleja pues, aunque era un centro estatal, el acceso al pago de matrícula y los gastos que implicaba realizar esos estudios superiores solo estaban al alcance de las clases media y alta; no obstante siempre hubo grupos que lucharon porque la casa de altos estudios se apartara del ambiente politiquero –pues era usada también dentro de las luchas por puestos políticos– y por facilitar el acceso de sectores populares, así como porque el centro cumpliera también un papel social de extender el conocimiento a la sociedad en general.
La lucha por la reforma universitaria fue emblemática en esos propósitos, como se plasmó en los acuerdos del Primer Congreso Nacional Revolucionario de Estudiantes, donde hubo expresiones antimperialistas de gran significación, y que plasmó el propósito de la universidad científica y de que los estudiantes tenían derechos y también deberes.
Los años que siguieron al proceso revolucionario de los años treinta fueron de logros y de grandes conflictos. Se alcanzó el reconocimiento de la autonomía universitaria, aunque eso no fue garantía de que no se utilizaran esos predios para las contiendas políticas por espacios de poder. También se logró un porciento de matrícula gratis (no mayor del 20 y con acreditación de la pobreza), pero también el campus universitario fue espacio de enfrentamientos de los grupos del llamado “bonche”, con su extrema violencia, y los que se le enfrentaban en defensa de la universidad que se soñaba.
En esos tiempos, en el seno estudiantil se manifestaban grupos con sentido revolucionario, tanto en los objetivos internos como en los de la sociedad, con comités Pro Reforma Agraria, Contra la Discriminación Racial, entre otros, y por metas más amplias como Pro Democracia en República Dominicana o Pro Independencia de Puerto Rico. Esa era la Universidad donde estudió el joven Fidel Castro, junto a otros como Alfredo Guevara, Baudilio Castellanos o Lionel Soto.
La crisis que se vivió en el país después del golpe de Estado de 1952 también tuvo en el estudiantado universitario un fuerte opositor. La FEU pasó a una primera línea de combate desde el propio año 1952, aportando nuevos mártires y símbolos en la historia nacional.
En los años de la República burguesa, en general, la Universidad de La Habana dejó honda huella y figuras icónicas como Julio Antonio Mella, Rafael Trejo, José Antonio Echeverría, Fructuoso Rodríguez, entre otros muchos que están en el panteón de héroes y mártires de la patria, junto a profesores como Raúl Roa o Elías Entralgo. El triunfo revolucionario de 1959 daría un giro fundamental al centro.
La reforma universitaria fue la concreción de las aspiraciones de lo mejor de esa historia. La ley de reforma se aprobó el 10 de enero de 1962 en homenaje a Mella, y en el acto de inicio del curso escolar, el 9 de febrero, el ministro de Educación, Armando Hart, exclamó: “¡Mella ha vencido!” Se iniciaba una nueva etapa, en la cual la Universidad se abría a todos, para lo cual se implementó un sistema de becas, al tiempo que se concebía a las universidades como centros científicos, de creación de nuevos conocimientos y de acceso gratuito.
La estructura de facultades –Ciencias, Humanidades, Tecnología, Ciencias Médicas y Ciencias Agropecuarias– y escuelas creó nuevas carreras y especialidades, donde se agrupó a una buena parte de la intelectualidad de la época. Además, la Universidad se vinculó a la población por medio de planes extensionistas, con los cursos para trabajadores y otras formas de realizar su función social.
La estructura de las universidades cambió en 1976, pues desaparecieron las escuelas y funcionan facultades y departamentos, pero la labor investigativa y la extensionista son parte de su razón de ser. Hoy, la Universidad de La Habana comparte el espacio con centros de educación superior en todas las provincias, en el afán de formar profesionales para el desarrollo del país y se integra con centros de investigaciones en proyectos científicos.
Ya no es la Universidad del siglo XIX donde las féminas no podían entrar –la primera en conseguirlo fue casi un escándalo–, o la de la primera mitad del siglo XX, con bajas matrículas, la mayoría masculina y, generalmente, con notable ausencia de sectores populares.
Los logros en el campo científico, expresados en premios y reconocimientos, son notables. Su lugar entre las similares del continente muestra que es un centro que crece continuamente. Su participación en el desarrollo científico del país y en las labores sociales la hacen digna de su historia. En sus 295 años, es una Universidad joven con ánimos para continuar aportando en las transformaciones y avances de la sociedad cubana.