Mis reflexiones sobre Fidel en su último 90 cumpleaños

Responsable: Patricia Alonso Galbán

Dpto. Servicios Especiales de Información

Fidel Castro en Mesa Redonda. Foto: Ismael Francisco/ Cubadebate.

Por: Dr. Wilkie Delgado Correa

Pensando en el próximo aniversario de la desaparición física de Fidel, recordé que hace siete años escribí un artículo en ocasión de su 90 cumpleaños que no se había publicado en internet. Sería el último que escribiría durante su vida, pues recientemente había publicado otros tres: uno el 12 de julio: Fidel Castro: 50 ideas para el 90 aniversario y otros dos: el 11 de agosto: Fidel y Chávez y el simbolismo creador de la revolución y el 12 de agosto Una vez más, ¿Quién es Fidel Castro?

En el mes de junio de 2016 la Revista Reflexiones de Perú me había solicitado un artículo sobre Fidel para una edición especial que dedicaría completamente a colaboraciones sobre el líder cubano. Fue así como en agosto apareció publicada la Revista, con excelente formato, con 112 páginas y con cubierta y contracubierta dedicadas al líder cubano.

Integraron esa edición los artículos de los autores en el orden siguiente:

Un cumpleaños de de Fidel por Tomás Borges; Todos somos Fidel y vamos durar mucho tiempo de Eduardo González; Fidel: la estrategia política de la victoria de Martha Harnecker; El culto a la personalidad o la dignidad de una personalidad latinoamericana de Abner Barrera; Fidel, nuestro Comandante en Jefe de Armando Hart; Fidel: 90 años de una vida de combate y de virtud de Wilkie Delgado; Fidel entre nosotros de Gustavo Espinosa; De Martí a Fidel, cien años de lucha de Paolo Cannabrava; Cuba antes de Fidel de Héctor Bejar; La Revolución Cubana y la izquierda revolucionaria en la década de los sesenta de Jan Lust; Programas políticos de la izquierda (II) de Manuel Valladares; Fidel y la religión de Dorothea Ortmann; Encuentro con Fidel de Augusto Salazar; Documento de Sebastián Salazar; ¡Ordene, Comandante!, poema de Winston Orrillo. La portada tiene una imagen de Fidel (pintura) y en la parte inferior un 90 con una estrella y en letras mayúsculas FIDEL ENTRE NOSOTROS. En la contraportada de color negro aparece en letras blancas estas ideas de Fidel: “Ser internacionalista es saldar nuestra propia deuda con la humanidad. Quien no sea capaz de luchar por otros, no será nunca suficientemente capaz de luchar por sí mismo”.

Mi artículo apareció en las páginas 38 a la 44. Está ilustrado con cuatro grandes fotos a mitad de páginas, y en la página 42 aparecen en formato pequeño 40 fotos de Fidel en distintos momentos desde la niñez, juventud, adultez hasta la vejez.

Este es el artículo titulado: «Fidel: 90 años de una vida de combate y de virtud»

El tiempo ha pasado y, como siempre, habrá momentos para recordar, para relatar, para valorar, para prever, para pronosticar y, por supuesto, para soñar con el futuro.

El 13 de agosto se celebrará el noventa aniversario del nacimiento de Fidel Castro, el líder máximo de la Revolución Cubana, sin duda la obra más acabada y trascendente del pueblo cubano a lo largo de sus duras batallas por la felicidad. Con ella, Fidel supo y pudo elevar la historia gloriosa de su pueblo y proyectarla victoriosamente hacia el futuro.

Después de la renuncia a sus cargos por problemas de enfermedad, como había previsto para situaciones naturales de la vida, lo más importante para esta ocasión significativa es que Fidel vive y está todavía activo y productivo, experimentando, con su vocación y espíritu de científico e investigador, sobre una materia que siempre lo apasionó, incluso durante su papel como dirigente político: la producción vegetal y animal. Con ello ha sido consecuente con ideas expresadas en los primeros años del triunfo de la Revolución: “A veces me pregunto, ¿qué me gustaría ser si no fuera revolucionario, y aún siendo revolucionario?, ¿qué me gustaría ser? Me gustaría ser investigador. ¿Por qué? Porque se puede ir revolucionando la naturaleza y, en mínima parte, creando una variedad nueva de plantas, de animales, cualquier cosa en el terreno de la agricultura. En todos los órdenes hay una eterna revolución que realizar y que el hombre tendrá que ir realizando en el perenne afán de renovar y progresar que tiene la humanidad.”

Pero lo más trascendente es que, a pesar de su retiro de los cargos formales, Fidel sigue y seguirá siendo reconocido como Comandante en Jefe de la Revolución Cubana y sus ideas, su obra y su ejemplo, son referentes a nivel nacional e internacional. Ahí está él, sometido al escrutinio de desafectos y enemigos colmados de calumnias, mentiras y conjuras y, por supuesto, lo más importante, valorado y querido por sus seguidores, admiradores y fieles a su ejecutoria, ideas, imagen y brillantez moral.

En fin, hoy y siempre será ocasión para echar una mirada, compartir juicios y rendir homenaje a su vida de combate y de virtud.

Cuando en el futuro se realice un estudio ponderado de los aportes de la Revolución Cubana a la práctica y a la teoría revolucionaria y de los instrumentos morales que le permitieron subsistir, desarrollarse y vencer durante más de 60 años a partir de su génesis armada con el ataque al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, tendrá que resaltarse ineludiblemente el apego a la verdad en su lucha contra enemigos menores y mayores, representados todos en el exterior, después del triunfo del 1 de enero, por los gobiernos y las clases políticas estadounidenses, así como de otras partes del mundo, que en sus propósitos para destruirla por todos los medios apelaron al arsenal de mentiras más vil y descomunal que se pueda imaginar.

Al triunfar la revolución, desde la herencia de incultura y pobreza que dejó el capitalismo rapaz, Fidel la enrumbó hacia metas que garantizarían la liberación plena del pueblo cubano. Había que desterrar definitivamente las secuelas del oprobio entronizado durante siglos y construir el nuevo edificio de la república para el bien de todos.

Y eso debía comenzar, después de alcanzada la libertad inicial con la derrota de la dictadura, por aquellas conquistas que afianzarían más libertades en los años futuros. Entre ellas, la educación era esencial. Por eso convocó a la campaña de alfabetización, con el propósito de acabar con el flagelo del analfabetismo en apenas un año, lo que fue logrado precisamente en 1961, año en el que Cuba fue invadida por más de mil mercenarios organizados, financiados, pertrechados y dirigidos por el gobierno de Estados Unidos. Esa invasión fue derrotada en menos de 72 horas en Playa Girón y se infligió así la primera derrota del imperialismo en América.

Sobre esta tarea de emancipación educativa y cultural, Fidel señalaba que el pueblo debía estudiar cada vez más para comprender la verdad cada vez mejor. A la vez, Fidel reflexionaba sobre el papel diferente desempeñado por los revolucionarios y los reaccionarios y explotadores en la consecución de la verdad. Al respecto, apuntaba que “los que enseñan la verdad preparan a los pueblos para comprenderla; los que enseñan la mentira condicionan a los pueblos para engañarlos. Los que defienden la explotación, los privilegios y la injusticia tratan de mantener a los pueblos en la oscuridad y la ignorancia más completa. Las revoluciones que predican la justicia, que se hacen para redimir a los pueblos de la explotación, enseñan, educan, erradican la ignorancia”.

Una idea raigal de la ética política asumida por Fidel fue expresada con claridad meridiana en un discurso el 16 de marzo de 1959, hace 55 años: “Nos casaron con la mentira y nos han obligado a vivir con ella en vergonzoso contubernio; nos acostumbraron a la mentira, y nos asustamos de la verdad. Nos parece que el mundo se hunde cuando una verdad se dice, ¡como si no valiera más la pena de que el mundo se hundiera, antes de que vivir en la mentira.”

La esencia que encierran las ideas anteriores fue ratificada años después como doctrina política en su célebre concepto de revolución, contenido en el discurso del 1 de mayo de 2000: “Revolución…; es no mentir jamás ni violar principios éticos; es convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas.”

Pero la verdad no se defiende sola como tal, requiere de portadores que la defiendan y de principios que la inculquen y Fidel aporta un elemento novedoso y esencial, que es la función de servicio a un fin noble, algo que está más allá de lo estrictamente formal como ente abstracto y filosófico. Así lo expresó en comparecencia en el juicio contra el delator de los mártires de Humboldt 7, el 26 de marzo de 1964. “La verdad es una entidad concreta y en función de un fin noble (…) E incluso desde el momento en que una verdad se emplee con mal fin ya no puede ser tal verdad. Yo concibo la verdad en función de un fin justo y noble, y es entonces cuando la verdad es realmente verdad. Si no sirve un fin justo, noble y positivo, la verdad, como ente abstracto, categoría filosófica, en mi opinión no existe.”

También se refiere a otro aspecto de la dicotomía entre verdad y mentira. Se trata de algo que no implica el ocultamiento doloso ni la mentira franca en el manejo de algunos asuntos en determinadas circunstancias coyunturales. Fidel lo identifica como discreción en el abordaje público de cuestiones específicas: “¡Ah, pero la discreción es algo muy diferente a la mentira! La mentira no paga dividendos, los dividendos que una mentira brinde a la larga los cobra a un precio mucho mayor.”

Martí, en su carta inconclusa del 18 de mayo de 1895, un día antes de su caída en combate, se refiere al asunto y circunstancias de algo esencial de su existencia, a su misión revolucionaria más trascendente para “impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América.” Así confiesa su estrategia política de discreción para cumplir esta misión: “En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas y de proclamarse en lo que son levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.”

Fidel también es explícito a la hora de señalar lo beneficioso que resulta, como táctica y estrategia revolucionaria, ser abanderados siempre de la verdad y es concluyente al opinar que ningún revolucionario serio tiene necesidad de recurrir a la mentira nunca; su arma es la razón, la moral, la verdad, la capacidad de defender una idea, un propósito, una posición.

Hoy, la Cuba revolucionaria presenta una imagen distinta para gran parte del mundo porque las pequeñas y grandes mentiras que propalaron la ralea imperialista y reaccionaria de gobernantes y políticos y la jauría integrada por el sistema de medios de propaganda y subversión para frenar su ejemplo y destruirla, fueron sufriendo el desgaste del tiempo y la contraofensiva de pueblos y gobiernos, que los condujo, a la larga, a la derrota, reconocida al fin por el gobierno de los Estados Unidos. Las mentiras fueron cayendo, tal vez, en un proceso demasiado lento que puso a prueba el estoicismo del pueblo cubano que tuvo que pagar la defensa de su dignidad y rebeldía a un alto costo de sacrifico. ¡Pero las mentiras se desplomaron y las verdades fueron levantándose como escudos protectores de los destinos de la nación cubana!

Otro asunto que en esta ocasión es conveniente analizar, es la fe en el pueblo como un aspecto fundamental de las ideas que han sostenido las luchas de Fidel al frente del pueblo cubano.

En la historia de la humanidad han existido muchos grandes hombres que son recordados por sus hazañas, por liderar a grandes ejércitos en la consecución de victorias que los enaltecieron ante sus compatriotas y, como tales, han alcanzado fama y gloria. Muchos de ellos, sin embargo, sólo fueron, en última instancia, caudillos de sus ejércitos, de sus bandos de seguidores. Han sido menos los líderes capaces de arrastrar tras de sí a todo un pueblo y lograr que este se identifique con su manera de pensar y actuar, debido a que han sabido interpretar acertadamente las aspiraciones de sus pueblos. Fidel Castro forma parte de estos líderes excepcionales. De estos que, según José Martí, el Héroe Nacional de Cuba, son verdaderos defensores de su patria, pues han hecho lo que debían, es decir, “preparar un pueblo para defenderse, y para vivir con honor.” Este es el mejor modo de defenderlo.

En su proclama al pueblo cubano titulada ¡Revolución no, zarpazo!, a solo cuatro días del golpe de Estado propinado por Batista, el 10 de marzo de 1952, Fidel acusó en forma directa al dictador, y le manifestó:

“Su asalto al poder carece de principios que lo legitime; ríase si quiere, pero los principios son a la larga más poderosos que los cañones. De principios se forman y alimentan los pueblos, con principios se alimentan en la pelea, por los principios mueren. Yo invito a los cubanos de valor (…); la hora es de sacrificio y de lucha, si se pierde la vida, nada se pierde.”

Esa fe de Fidel en el pueblo le llevó a organizar la lucha armada contra la tiranía y al asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953. En el juicio por su supremo acto de rebeldía quedó de manifiesto cuanto valoraba Fidel el papel del pueblo en la revolución que predicaba.

Cuando el Fiscal le preguntó con quién contaba para llevar adelante su plan; si era que contaba con algún personero del antiguo gobierno de Prío, por ejemplo, Fidel le respondió que sólo contaba con el propio esfuerzo de sus compañeros y con el pueblo. El Fiscal sonrió con sorna al igual que los magistrados ante una afirmación supuestamente irreal e ingenua. “¿Con el pueblo?, explíquese,” exclamó el Fiscal. “Sí, con el pueblo, – respondió rotundo Fidel -. Yo creo en el pueblo. El pueblo habría respondido firmemente si llegamos a ponernos en contacto con él.”

Por eso en su alegato La Historia me absolverá, Fidel definió y profundizo en su concepto de pueblo, sujeto histórico que debía ser reivindicado por el proceso revolucionario en marcha. Las palabras finales de su defensa, “Condenadme, no importa. La historia me absolverá”, fueron la expresión de un gesto de rebeldía y reflejaron la convicción profunda en la certeza del triunfo del pueblo en el porvenir.

Su consecuente fe en el pueblo lo mantuvo rebelde mientras cumplía su condena por el asalto al cuartel Moncada; lo levó al exilio para continuar preparando la lucha contra la dictadura; lo impulsó a proclamar su expedición liberadora para aquel año de 1956 y salir en una noche tormentosa, al frente de 82 expedicionarios, en el yate Granma para proseguir la contienda insurreccional en la Sierra Maestra; lo inspiró a exclamar varios días después, en presencia de Raúl y un puñado de sobrevivientes, con sólo 7 armas: “Ahora sí ganamos la guerra.”

Este sentimiento de fe en el pueblo lo expresó en forma emotiva a Frank País, en carta desde la Sierra Maestra de fecha 21 de julio de 1957, con motivo de la caída en combate de su hermano Josué País y otros revolucionarios. Consideraba que con la sangre de los mártires nadie se apartaría de la senda donde ellos cayeron ni se daría las espaldas “a la ruta que conduce a este pueblo sufrido, que es en fin de cuenta por lo que luchamos.”

Fidel recurrió al pueblo el mismo día del derrumbe estrepitoso de la tiranía para conjurar los planes de la oligarquía y del gobierno yanqui con el fin de escamotear el triunfo de la Revolución. Su apelación al pueblo de llevar a cabo la huelga nacional revolucionaria y sus indicaciones para la toma del poder por la Revolución hizo de ese pueblo el protagonista colectivo del triunfo de la Revolución el 1 de enero de 1959.

En el discurso en Santiago de Cuba, el 1 de enero de 1959, dijo: “Nadie puede pensar que hablo demagógicamente; nadie puede pensar que quiero engañar al pueblo; he demostrado suficientemente mi fe en el pueblo, porque cuando vine con 82 hombres a las playas de Cuba y la gente decía que nosotros estábamos locos y nos preguntaban que por qué pensábamos ganar la guerra, yo dije; porque tenemos al pueblo. Y cuando fuimos derrotados la primera vez, y quedamos un puñado de hombres y persistimos en la lucha, sabíamos que esta sería una realidad, porque creíamos en el pueblo; cuando nos dispersaron cinco veces en el término de 45 días, y nos volvimos a reunir y reanudar la lucha, era porque teníamos fe en el pueblo, y hoy es la más palpable demostración de que aquella fe era fundamental.

Tengo la satisfacción de haber creído en el pueblo de Cuba y de haberles inculcado esa fe a mis compañeros; esa fe que más que una fe es una seguridad completa en nuestros hombres. Y esa misma fe que nosotros tenemos en ustedes, es la fe que nosotros queremos que ustedes tengan en nosotros siempre.”

A partir de entonces, Fidel, pueblo y revolución, se identificaron como una misma cosa. Al respecto afirmó Fidel: “Cuando el pueblo mismo es la Revolución, cuando el pueblo es quien defiende decididamente la Revolución, tengan la completa seguridad de que no hace falta ninguna violencia, ninguna injusticia para defenderla.”

Sobre las cualidades de un líder revolucionario ha dicho: “Pienso que hace falta una gran dosis de convicción; yo creo que hace falta también una gran confianza en el pueblo (…), identificación con lo que está haciendo y con el pueblo (…), hay que tener un gran respeto por el pueblo, no ver al pueblo como instrumento, sino al pueblo como un actor, verdaderamente como el protagonista, el objeto y el héroe de esta lucha.”

Son estas convicciones las que han guiado los actos y acontecimientos protagonizados por Fidel durante los años de la Revolución, y se pusieron a prueba en acontecimientos relevantes como la intentona del traidor Hubert Matos de llevar a cabo la sedición del Regimiento de Camagüey; el enfrentamiento de la invasión mercenaria y la victoria en Playa Girón en 1961, proclamando el día antes de la invasión el carácter socialista de la revolución. Otro tanto pasó al año siguientes, 1962, durante la crisis de Octubre. El pueblo entero, al frente de su líder y su Revolución, desafió al posible holocausto nuclear con el que se amenazaba al país. Años más tarde, el gobierno de Reagan inició sus planes para invadir el país con cualquier pretexto. Fidel, confiando en la imbatible fuerza del pueblo, desarrolló y puso en práctica la estrategia de la guerra de todo el pueblo. Con ello la Revolución se convertía en prácticamente inexpugnable.

Cuando en los años noventa se produjo el desplome estrepitoso de la Unión Soviética y del campo socialista, nuevamente Fidel apeló al pueblo para resistir y seguir adelante sin arriar las banderas del socialismo. Cuando un día la imparcial historia haga una valoración de la demostración de sacrificio y heroísmo del pueblo en las condiciones más extremas, la experiencia vivida por el pueblo cubano durante los años duros del periodo especial, en medio de la arremetida desenfrenada de Estados Unidos, merecerá un monumento por su carácter de excepcionalidad en el mundo contemporáneo. Ni Fidel ni la Revolución le fallaron al pueblo, ni el pueblo le falló a la Revolución y a Fidel en esos años de vida o muerte para la nación.

En esos mismos años, cuando ocurrieron los incidentes del 5 de agosto, con desórdenes callejeros alentados por las emisoras y agentes del imperio, Fidel no recurrió a tanques ni a tropas con armas, escudos y escafandras. Simplemente indicó que él iría desarmado con el pueblo al sitio de la ciudad e la Habana donde ocurrían los disturbios. Y hacia allí se dirigió con su pueblo, firme y sereno, para conjurar una vez más los planes del enemigo. ¿Cuándo algún gobernante en este mundo ha hecho tal cosa? Se ponía a prueba, una vez más, la fe en el pueblo y la convicción de que la acción del pueblo hace invencible a la revolución.

Sus ideas patentizan esta realidad: “No hay pueblo que pueda ser derrotado, no importa qué poderoso sea el enemigo ni cuanta tecnología ni cuantos inventos tenga, porque lo que no se ha inventado nunca, ni se inventará, es la forma de dominar a un pueblo rebelde, a un pueblo decidido a luchar y a morir por los valores que considera más sagrados. Ese pueblo somos nosotros hoy. El pueblo, la revolución y la vida de cada uno de nosotros son inseparables.”

Como dijera José Martí, “es hermoso ver a todo un pueblo agrupado alrededor de un hombre.” Así se puede imaginar al pueblo al pueblo de cuba alrededor de Fidel, como una imagen única y hermosa de la gloriosa historia cubana. Así ha sido durante todos estos años y así seguirá siendo, ocupe o no los máximos cargos estatales en el país, pues como dijera en Che en su carta de despedida a Fidel, esos lazos no se podrán romper jamás como los nombramientos. Fidel es esa fuerza telúrica que acompaña a su pueblo con sus obras, ideas, ideales y sentimientos.

Si bien es justo resaltar todos estos aspectos a nivel de su país, es justo destacar lo trascendentes que han sido la vocación y actuación de Fidel, como internacionalista, a nivel latinoamericano y mundial, como abanderado de las causas más justas y vitales de la humanidad.

No ha existido nunca un país que, como Cuba, inspirado y dirigido por Fidel, haya defendido y practicado, a pesar de un bloqueo férreo y criminal por parte de Estados Unidos, una política consecuente, generosa y solidaria con el resto de los pueblos en defensa de la soberanía, la autodeterminación, la independencia, la liberación, la unidad, el desarrollo y la paz.

Y es que para Fidel, la humanidad es el escenario en últimas instancia de la política verdadera y, teniendo en cuenta que la división en política es la muerte, ha practicado y ha propugnado la necesidad de la unidad para afrontar los desafíos cardinales que tienen la redención y la supervivencias humanas.

Sirvan, pues, estas reflexiones para rendir homenaje a Fidel en su noventa aniversario.

Doctor en Ciencias Médicas. Doctor Honoris Causa. Profesor Titular y Consultante. Profesor Emérito de la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba. Premio al Mérito Científico por la obra de toda la vida.

21/11/23

*Doctor en Ciencias y Doctor Honoris Causa. Profesor Titular y Consultante. Profesor Emérito de la Universidad de Ciencias Médicas de Santiago de Cuba. Premio Nacional del MINSAP al Merito Científico por la obra de toda la vida.

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