Trabajo periodístico

Dr. Efrén Acosta Damas: “Cada vida salvada es un mensaje suyo que seguimos cumpliendo”

Cuando le pedí al Dr. Efrén Acosta Damas que me contara historias de su relación con Fidel Castro, nunca imaginé que el relato que escucharía tendría la gracia, la viveza y el detalle de quien ha aprendido a narrar no solo con la memoria, sino con el corazón.

Quizás sean los genes compartidos con su hermana Maribel, periodista encumbrada de la patria, o tal vez la sensibilidad que acompaña a quienes dedican su vida a servir a los demás. Lo cierto es que Efrén tiene el don de convertir cada recuerdo en una escena que respira, en la que los mapas, las decisiones y los pueblos lejanos aparecen frente a los ojos de quien le oye, y donde Fidel siempre está allí, cercano, vigilante y sabio, incluso en los momentos más difíciles.

Honduras: la evacuación imposible
Recuerdo, cuando era el jefe de la misión médica cubana en Honduras (2002-2006), una llamada suya. Dieron a Cuba un plazo para retirar la brigada por las presiones del entonces presidente Ricardo Maduro y, obedeciendo las indicaciones yanquis de terminar la colaboración, nos llamó y me pidió preparar tres variantes de evacuación: un mes, una semana o veinticuatro horas.

Le expliqué que esta última casi era imposible, pues teníamos 27 colaboradores dispersos en la selva hondureña y su traslado sería difícil. Me dijo:

—Tengo aquí un mapa de Honduras, búscate uno.

Eran como las once de la noche y aún estaba en la oficina.

—Tengo uno enfrente, comandante —contesté.

—Entonces dime dónde están nuestros médicos.

Le fui comentando cada posición y me preguntó cuál era la división entre Honduras y Nicaragua. Le expliqué que era el río Coco-Segovia, y me dijo:

—Entonces, chico, ¿cuánto tiempo demoras en ponerlos del otro lado del río?

—Bueno, jefe, seis horas.

—¡Entonces sí podemos! —exclamó.

Esa era su genialidad, su visión y su capacidad para mostrar el camino y vencer. Aquello terminó en 72 horas, con una alocución en la televisión hondureña del presidente, quien, impulsado por la presión popular, extendió por un año más la misión.

El accidente: Fidel y su humildad infinita
Tuve un accidente de tránsito en Honduras, quedé hecho leña. Enviaron un avión a buscarme; de ahí, al Hospital «Hermanos Ameijeiras», en La Habana. Estuve 18 días allí, ya operado y rehabilitándome. Todas las noches venía el coronel Piloto, director del hospital por aquel entonces, a visitarme. Era toda profesionalidad, siempre preguntaba muchos detalles.

Aquello me pareció extraño al quinto día y, con mi jovialidad característica, le dije:

—Hermano, ¿qué haces todos los días aquí? Tú no me quieres tanto.

Entre risas me comentó:

—Nada, hermano, es que debo pasar un parte todos los días al comandante sobre tu recuperación y evolución.
Me desplomé. Cuando se fue Piloto, me quedé con mil imágenes en la mente. Pensaba: qué grande es Fidel, en medio de tantas responsabilidades, en tantas batallas internacionales, en tantos programas para nuestro pueblo, estar pendiente de mí. Solo él, con su compromiso como el más humilde de los cubanos, lo hace. Ese gesto me marcó para toda la vida.

Ahí reafirmé mi decisión de serle Fidel hasta la muerte.

La recuperación: regreso a la misión
Un año después de mi accidente, y aún en plena recuperación, todavía no caminaba. Fue en enero de 2004, en una reunión de trabajo, cuando él chequeaba el número de plazas que se entregarían a los países que serían parte de la Escuela Latinoamericana de Medicina. Mencionaron a Guatemala, Haití, Nicaragua… y para sorpresa de todos,
cuando tocó Honduras, su pregunta fue:

—Antes de abordar otro tema, ¿cómo sigue el jefe de la Misión de Honduras?

Todos los presentes quedaron atónitos. La doctora Yilian, viceministra del MINREX que atendía la cooperación, respondió:

—Muy bien, comandante, ha evolucionado muy bien.

Él replicó:

—Si está tan bien, ¿por qué no está en Honduras?

Yilian respondió:

—Jefe, hay un vuelo el 23 de enero, y ahí se va.

—Ah —exclamó, y siguió su chequeo.

En la tarde recibí varias llamadas del ministro de Salud y de otros funcionarios que me comunicaban que debía volar el 23 de enero. Ese día llegué a Honduras con mis muletas, que usé por más de seis meses, y comencé de nuevo al frente de la misión.

Pakistán: la preocupación de un padre
Cuando ocurrió el terremoto en Pakistán, muchos miembros del Contingente internacional «Henry Reeve» partieron hacia ese país. Él despidió cada una de las brigadas, explicó lo duro de la tarea, preguntaba cada detalle de lo que llevarían, de su salud, del cuidado a tener; hablaba del frío, de los nuevos retos. Todo eso fue en el Palacio de la Revolución.

Cuando salimos de allí, me dirigí al aeropuerto donde se cargaba un IL-62M con todo lo necesario para la logística de la misión. Cerca de las tres de la madrugada llegó con el general Acevedo a revisar la carga. Insistía mucho en el chocolatín para el frío y otros insumos. Ahí piensas: qué preocupación por los suyos, era como un padre cuidando de sus hijos.

De cada tarea, una lección de vida
Desde que me gradué he ocupado muchas responsabilidades. Todas tienen su encanto, cada una su momento histórico, su porqué; cada una se desarrolla y tiene motivaciones distintas. Cuando llego, no me preocupa cambiar el equipo de trabajo, ni el buró, ni las reglas: eso la vida lo va decidiendo. Me enfoco en transformar, crear, diseñar obras que perduren para bien, obtener resultados, ser útil, preparar la continuidad, y eliminar viejos vicios, impregnar belleza no solo a lo material, sino también al alma.

Pero, siendo muy sincero, haber dirigido la Unidad Central de Cooperación Médica (2006-2008) me permitió una formación muy completa, me acercó a los líderes de la Revolución, me hizo madurar y ser mejor revolucionario.

Solo me queda un sueño por cumplir: abrazar a Raúl. A pesar de estar en múltiples ocasiones en reuniones con él, nunca lo he podido saludar. Está fuerte como Jiquí, así que espero que se cumpla mi deseo.

La tarea más difícil fue cuando dirigí el Hospital Salvador Allende (2008-2012), en la capital. Brindar satisfacción con excelencia, mantener equipamiento con recursos limitados, garantizar procesos formativos, la estabilidad y el seguimiento en consultas y cirugías, las inversiones y la sostenibilidad de esa instalación de más de 120 años, fue un verdadero reto. Pero también lo adoré, porque cerró el círculo de mi carrera administrativa.

Haití: la impronta de Fidel
Desde estos años como jefe de la misión médica cubana en Haití (2023-actualidad), por lo que he estudiado la historia, puedo decirte que Fidel amaba a este país y a su gente. Conocía sus costumbres y su historia, sabía cómo ayudar, estaba al tanto de sus necesidades y prioridades. Insistía en organizar programas para el desarrollo, atendía a sus líderes, y propició una amplia colaboración entre las dos naciones en educación, salud, recursos hidráulicos, pesca, construcción…

En estos días estuve con el expresidente Jean-Bertrand Aristide, quien se refirió a Fidel como su hermano, me contó muchas anécdotas, entre ellas que le impacientaba “la calma haitiana”. Él se reía y reconocía la velocidad con que Fidel andaba; todo debía ser ágil, siempre pensando en sanar un pueblo tan maltratado.

Hoy hemos creado, por primera vez, consultorios médicos comunitarios, programas epidemiológicos para enfrentar arbovirosis y rabia, vertederos rústicos para organizar el medio ambiente que causa muchas enfermedades; inauguramos el primer laboratorio de entomología del país para estudiar la fauna vectorial y estamos en vías de comercializar productos de la biotecnología cubana. Retomamos la Operación Milagro, obra de su genialidad.

Sin dudas, hubiera disfrutado mucho estas cosas, les pondría su siempre útil impronta y nunca apartaría la vista de este tan cercano y amigo pueblo. Y en eso pensamos, (cuando la complejidad del día a día nos exige de un gran esfuerzo), en que cada vida salvada es un mensaje suyo que seguimos cumpliendo.

Para mí, hablar de Fidel es un privilegio: es conversar de quien formó nuestro carácter en una profesión tan noble como ser médico.

Por: Lic. Mylenys Torres Labrada

 

Efrén Acosta Damas

Efrén Acosta Damas

Efrén Acosta Damas

Efrén Acosta DamasEfrén Acosta Damas

El mundo lo llama, Calimete lo espera: la vida del Dr. Jorge del Monte

Jorge del Monte tiene 38 años, pero habla como si cargara siglos de historias. Nació en un pequeño pueblo de la provincia cubana de Matanzas que no es un sitio que se visite: es un sitio que se recuerda, aunque uno nunca haya estado allí. Las casas parecen mirar con paciencia infinita el paso de los días. Hay gallos que cantan fuera de hora, perros que se creen filósofos y niños que corren detrás de un balón desinflado como si persiguieran el porvenir.

Pero desde que se graduó en 2012, no ha dormido siempre en Calimete. Tenía apenas veintiséis años cuando se montó en un avión rumbo a Venezuela y fue a parar a una comunidad llamada Cantaura, en el estado de Anzoátegui.

“Allí la gente nos prefería porque los cubanos los escuchábamos”, recuerda. “Nos quedábamos después del diagnóstico, compartíamos el café, la historia, la vida.”

De esos años guarda en la memoria el olor de los caminos polvorientos rumbo a atender a la población indígena en los lugares más alejados de la ciudad. Fue también donde conoció los primeros brotes de Zika y Chikungunya, cuando la enfermedad se metía por las rendijas del miedo y había que salir a pelear con más voluntad que recursos.

Luego de recibir los cursos básicos y superiores de cuadros, asumió como Coordinador del Área de Salud Integral Comunitaria (ASIC) en la zona roja de San José, en la ciudad de “El Tigre”, Municipio Simón Rodríguez, y luego como asesor docente asistencial del ASIC Antiguo Hospital.

Después vino la COVID, ese monstruo invisible que cambió el planeta. Cuando nadie sabía muy bien qué hacer, Jorge fue uno de los primeros en recibir a los pacientes que regresaban del extranjero. “Eran quince días de incertidumbre”, cuenta, “pero cada noche, a las nueve, los enfermos salían a aplaudirnos. No había vacuna ni cura, pero había gratitud, y eso también sana.”

El centro donde trabajaba estaba a menos de ochocientos metros del sitio donde el Héroe Nacional de Cuba José Martí, siendo un niño, escribió su primera carta a su madre. “Allí, entre mascarillas y aislamiento, sentíamos que hacíamos historia.” Y tal vez era verdad.

Ese mismo año, el nombre de Jorge del Monte Azcuy apareció en una lista: Contingente Henry Reeve, destino México. Esta vez trabajaría con las Fuerzas Armadas Mexicanas en sus hospitales habilitados para los casos positivos. Su localización fue en el Distrito Federal, en el Campo 1, Naucalpan de Juárez. “Vi morir personas, pero también vi a muchas volver a respirar”, dice con la serenidad de quien ya no necesita adornos para la verdad. Una noche, un anciano con la saturación en ochenta y seis le apretó la mano durante dos horas. “No quería que se sintiera solo”, recuerda. “Y sobrevivió.”

Cuando una doctora mexicana le dijo que los cubanos eran “los mejores médicos del mundo”, Jorge no lo tomó como un halago, sino como una responsabilidad.

Regresó a Cuba en 2021, cuando el virus aún rugía. Fue enviado a Pinar del Río, al municipio de Mantua, donde la pandemia parecía no tener fin. Su brigada logró reducir la morbilidad en apenas un mes. “El pueblo nos premiaba con su cariño”, dice.

Pero su voluntad de curar por el mundo hizo una nueva alianza con ese viejo conspirador que es el destino. En octubre de 2023 le encomendaron otra misión: Haití, el país de los contrastes y las cicatrices. Cuenta que allí el Dr. Efrén Acosta Damas (jefe de la misión médica cubana) le dio la tarea de inaugurar el primer Consultorio Comunitario del país, con acceso gratuito y pesquisa profunda y continuada de la población atendida.

Y es en él donde Jorge ha levantado su pequeño bastión de esperanza, en medio de una tierra donde una persona no ve riesgos en irse a su faena aun teniendo solo nueve gramos de hemoglobina, o donde la malaria o el cólera son vecinos cotidianos.

“Una vez atendí a un hombre que llevaba semanas con fiebre tifoidea”, cuenta. “No quería dejar de trabajar porque, de lo contrario, su familia no comía.” Historias así le enseñaron que curar en Haití es un acto de resistencia. Los consultorios cubanos comenzaron a multiplicarse por el país, mapeando enfermedades, previniendo brotes y enseñando que la salud también puede ser un acto colectivo. “Es un esfuerzo grande”, sentencia, “no solo trabajo, sino conocimiento y corazón.”

A los 38 años, con tres misiones internacionales y una medalla que guarda más silencio que brillo, Jorge del Monte sigue dispuesto a partir cuando lo llamen.

Si le preguntan de dónde viene tanta fuerza, Jorge sonríe. Quizás todo lo que ha hecho —en Venezuela, en México, en Cuba, en Haití— no sea más que una manera de devolverle al mundo la ternura con que aquel pequeño pueblo lo vio crecer y donde le espera hoy el cariño de sus padres y su hija. Y por eso nunca va a dejar de ser el médico que acude al llamado del mundo, cura y regresa a Calimete.

Por: Milenys Torres Labrada

Colaborador cubano

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Colaborador médico

Especialistas de más de 10 países convergen en actividades por Aniversario 37 del Complejo Científico Ortopédico Frank País

La Jornada Científica Nacional Aniversario 37 del Complejo Científico Ortopédico Internacional Frank País se celebra esta semana como un punto de encuentro indispensable para el desarrollo de la ortopedia en Cuba.

El evento reúne a 18 prestigiosos especialistas internacionales provenientes de Francia, España, Austria, Estados Unidos, Ecuador, Puerto Rico, Suiza, Italia, Chile y Perú, junto a reconocidos profesionales cubanos, consolidando al centro como un espacio de referencia para el intercambio académico y científico a escala global.

Este encuentro se convierte no solo en un hito dentro de la historia del reconocido hospital, sino también en un motor de innovación, superación y esperanza para la Ortopedia y la Medicina del Deporte en el país.

En el contexto de la Jornada tienen lugar espacios científicos de alto impacto: el XIX Simposio de Artroscopia, Cirugía Articular y del Deporte, el II Simposio de Imagenología en Afecciones Musculoesqueléticas y el III Simposio de Ortoplastia.

Cada uno de estos foros se convierte en una plataforma privilegiada para el intercambio de conocimientos, donde especialistas nacionales y extranjeros comparten experiencias, técnicas emergentes y resultados de investigaciones que prometen transformar la práctica ortopédica moderna.

Uno de los momentos más esperados es la realización de cirugías en vivo en los salones quirúrgicos, donde expertos internacionales y cubanos ejecutan procedimientos complejos ante residentes y profesionales. Estas sesiones constituyen una experiencia única de formación práctica, que permite observar de primera mano la aplicación de técnicas avanzadas y la toma de decisiones en tiempo real.

En tiempos donde las divisiones globales parecen profundizarse, eventos como este recuerdan que la ciencia y la medicina pueden derribar barreras, acercando a especialistas de diversas culturas bajo un propósito común: mejorar la calidad de vida mediante el conocimiento y la innovación.

En su Aniversario 37, el legado del Hospital «Frank País» se fortalece con cada técnica que se comparte, cada enseñanza transmitida y cada vida que se transforma gracias al aprendizaje generado en esta Jornada Científica Nacional.

Por : Milenys Torres 

Jornada Científica 37 Aniversario del CCOI “Frank País”.

Jornada Científica 37 Aniversario del CCOI “Frank País”.

Jornada Científica 37 Aniversario del CCOI “Frank País”.

Jornada Científica 37 Aniversario del CCOI “Frank País”.

“En el Pico, juramos servir”: Conversación con el Dr. Cs. José Hurtado, uno de los médicos graduados junto a Fidel

El 14 de noviembre se cumplen 60 años de la histórica graduación del primer curso de médicos formados íntegramente por la Revolución, en una ceremonia única encabezada por el comandante en jefe Fidel Castro en el Pico Turquino, la mayor elevación de Cuba.

A seis décadas de aquel juramento, conversamos con el Dr.Cs. José Domingo Hurtado de Mendoza Amat, profesor consultante de Anatomía patológica del Hospital Naval “Dr. Luis Díaz Soto”, testigo y protagonista de ese momento fundacional de la medicina revolucionaria cubana.

—Doctor, ¿cómo recuerda aquel momento histórico de la graduación en el Pico Turquino junto a Fidel Castro?

Fue un acontecimiento inolvidable. Fidel no solo aprobó nuestra propuesta de realizar la graduación en el Pico Turquino, sino que la organizó, la dirigió y nos acompañó desde el tren de ida hasta el final. Aquella ceremonia fue un símbolo del compromiso de los nuevos médicos con la patria y con la Revolución. Este año celebramos con orgullo su 60 aniversario, coincidiendo además con el centenario del natalicio de Fidel.

—Usted formó parte del primer curso de médicos formados íntegramente por la Revolución. ¿Qué significó eso en aquel contexto?

Fuimos el primer curso de médicos de la Revolución, y eso marcó profundamente nuestra formación. Comenzamos en septiembre de 1959 más de mil estudiantes; muchos provenían de familias acomodadas que veían en la medicina una fuente de lucro. Pero la lucha de clases dentro de la Universidad transformó esa realidad.

Los estudiantes revolucionarios asumimos la dirección de las asociaciones y participamos activamente en el cogobierno de la Facultad y de la Universidad. De esa efervescencia nacieron el Frente Estudiantil Revolucionario (FER) y la AJR, que luego se integraron a la UJC.

—¿Cómo fue la participación de su curso en los procesos revolucionarios de aquellos años?

Nuestra generación no solo estudió medicina: vivió la Revolución desde las aulas y desde el combate. Participamos en la creación de las milicias universitarias, en la lucha del Escambray, y en Playa Girón, donde cayó nuestro compañero Pedro Borrás Astorga, el primer mártir de nuestro curso.

Fidel entregó a sus padres su título de Doctor en Medicina junto con los otros ocho primeros expedientes del grupo.

Luego perdimos a otros tres compañeros —Miguel Zerquera Palacios, Martín Chang Puga y Raúl Currás Regalado—, que dieron su vida como médicos internacionalistas en África. Nuestro curso aportó la mitad de los mártires del martirologio médico internacionalista cubano.

—En aquel acto se pronunció un juramento muy especial. ¿Qué significado tuvo y conserva hoy?

Ese juramento médico revolucionario fue una declaración de principios. Ratificamos entonces:

  • Nuestra renuncia al ejercicio privado de la profesión.
  • El compromiso de servir al pueblo con sacrificio y entrega, demostrado una y otra vez.
  • La disposición permanente de brindar ayuda médica y científica a otros pueblos del mundo.
  • Y la decisión de defender con nuestras vidas esta Revolución.

Fue un compromiso ético, político y humano que sigue guiando a los médicos cubanos dondequiera que estén.

—Después de tantos años, ¿cómo ha continuado su labor profesional?

Tras mi licenciamiento militar, continué como profesor consultante de Anatomía Patológica en el Hospital Naval “Dr. Luis Díaz Soto”. Hoy, con 85 años, imparto clases a cadetes, participo en tribunales académicos y mantengo una intensa labor científica.

He publicado 144 trabajos, entre ellos siete libros, dos de los cuales están disponibles en el sitio web de la Sociedad Cubana de Anatomía Patológica (SCAP). La docencia me mantiene activo; enseñar y aprender son actos que no se detienen nunca.

—¿Qué legado cree que deja su generación a los médicos de hoy?

El amor a la profesión. La medicina exige entrega total. Toda carrera requiere vocación, pero la nuestra está directamente vinculada al dolor ajeno. Por eso siempre repito:

“El médico tiene que amar su profesión. Todo lo que se haga en esa dirección es poco. AMOR, esa es la clave.” Ese espíritu de servicio y humanidad es el mayor legado que podemos dejar a las nuevas generaciones.

—¿Cómo se refleja hoy la huella de aquel primer curso revolucionario?

Nos sentimos orgullosos de lo alcanzado. De los más de 400 graduados, incluidos estomatólogos:

  • 107 fueron internacionalistas en más de 50 países.
  • 124 alcanzaron categorías docentes.
  • 28 obtuvieron categorías de investigador.
  • 38 recibieron categorías científicas.
  • 52 ocuparon cargos directivos en hospitales y centros asistenciales, incluyendo fundadores de institutos y 3 viceministros.
  • 11 asumieron responsabilidades políticas, entre ellos 3 diputados.
  • Y 4 fueron reconocidos como Héroes del Trabajo de la República de Cuba.

Todo eso demuestra que el juramento que hicimos en el Pico Turquino, donde la Patria se eleva hasta tocar el cielo, no fue solo palabras, sino una forma de vida.

Sesenta años después, aquel juramento sigue latiendo en las manos y la conciencia de quienes, como el Dr. Cs. José Hurtado, hicieron de la medicina un acto de amor y de lealtad a su pueblo. Su historia no solo evoca el pasado glorioso de la Revolución, sino que inspira a las nuevas generaciones a mantener vivo el compromiso de sanar, enseñar y defender la vida, dondequiera que un cubano lleve su bata blanca.

Por: Mylenys Torres Labrada.

DrC. Dr. Cs. José Hurtado

Dr. Cs. José Hurtado

Dr. Cs. José Hurtado

Froilán Leyva Matos: el milagro de encender luces en el polvo

En algún rincón polvoriento de Haití, donde las montañas se abrazan con las nubes y la tierra huele a esperanza y a desesperación a partes iguales, Froilán Leyva Matos se ha convertido en un faro de vida para los más olvidados. Como un eco lejano de la solidaridad que su país ha regalado a tantas naciones, él ha llevado consigo una medicina que no solo cura cuerpos, sino que sana el alma herida de un pueblo.

Desde que llegó, el 31 de enero de 2024, este médico cubano de 37 años ha sido testigo de la lucha diaria de los haitianos, pero también de la inmensa gratitud que brota de sus corazones.

“Adonde nunca había llegado un médico, llegamos nosotros, los cubanos”, dice, con la mirada fija en la lejanía. Y se transporta a cualquier escena diaria, donde le dedican, cada vez que va, las canciones más sentimentales que ha escuchado en su vida: aquellos que ya estaban acostumbrados a que los milagros no existían, hasta que él —y su pulóver con la imagen del Che— aparecen en sus propias casas.

La jornada comienza con el canto del gallo y termina cuando la luna ya ha subido por completo. Cada mañana, el consultorio se llena de pacientes que confían en la medicina cubana. Por las tardes, él y su equipo recorren los barrios para identificar riesgos, promover la salud y transformar hábitos que durante siglos han condenado a la población. “Hemos cambiado costumbres, estilos de vida… la prevención aquí salva vidas todos los días”, explica.

“Fundamos los primeros consultorios médicos comunitarios en este país, atendiendo gratuitamente a la población y logrando modificar las principales enfermedades transmisibles. Ha sido un impacto increíble: llevamos la salud hasta las casas”, cuenta.

Graduado como médico general integral en 2015, Froilán vive jornadas intensas en el consultorio Anse d’Hainault 1, en el departamento de la Grand Anse, donde atiende a más de 4 300 habitantes.

Ha desarrollado un programa de desparasitación que incluyó a más de 4 000 personas. Gracias a la alianza con un pastor luterano, consiguió medicamentos para distribuirlos gratuitamente entre los más necesitados.

“En lo que he logrado a partir de las indicaciones de la jefatura de la misión médica cubana aquí, mucho ha tenido que ver la unión que hemos propiciado con líderes religiosos y de comunidad, magistrados y alcaldes.”

“Los niños me quieren mucho, y en ellos veo reflejado al mío, que a veces hasta se pone celoso, pues le envío muchas fotos con los pequeños cargados o en medio de las actividades que organizo en la comunidad.”

“Desarrollamos un programa para erradicar la anemia en las embarazadas; eso se convirtió luego en un trabajo científico con resultados a nivel nacional y con un impacto increíble en la población. También un programa de lactancia materna para que las gestantes aprendan cómo es lactar y sus beneficios.”

Aprender el creol fue un reto, así como convivir con una cultura donde las mujeres cargan el peso de la supervivencia. “Es duro verlas hacer esfuerzos inhumanos mientras los hombres no trabajan”, dice con tristeza.

“Me encanta ayudar, es algo que siempre me ha caracterizado”, resume. Hoy, lleva 21 meses sin ver a su familia —aunque en las noches les dedica tiempo: a su esposa, a su hijo de ocho años y a su madre, que lo esperan en Jiguaní, Granma—, “ellos son mi fuerza”, confiesa.

Mientras Froilán sigue entregando tiempo, ciencia y corazón a una comunidad que antes no conocía la palabra médico. Donde las montañas se abrazan con las nubes, en medio de una pobreza que abruma, él continúa encendiendo pequeñas luces.

Quizás, cuando regrese a Cuba, creerá escuchar esas canciones que ahora le sacan lágrimas, en medio del polvo que desde hace 27 años es testigo de la cooperación médica cubana en Haití. Allí estará su huella.

Froilán Leyva Matos

Froilán Leyva Matos

Froilán Leyva Matos

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